Por el columnista Jorge Canono Elorza
Periodista, especializado en econommia

La historia del
capitalismo demuestra que las naciones desarrolladas conjugaron sus
progresos con la orientación general de sus Estados Nacionales,
operando con su capacidad de arbitrajes, respecto a las pujas entre
capital y trabajo. Es la función esencial de los Estados.
Preservar la
estabilidad de precios en el largo plazo, es el principio básico
para el desarrollo. En la Argentina no se alcanza esa necesidad
porque la brega precios salarios y la inestabilidad que generan no
han sido ni son transitorios: son permanentes y obturan. Con un
componente sobresaliente: El Estado no es independiente de esa lucha
precios-salarios. Toma parte sectorialmente, por lo mismo no arbitra.
Es clasista. El partido político que llega al gobierno se posesiona
del Estado y lo convierte en partidario. Viola la condición
constitucional y por lo mismo jurídica del Estado. Lo hicieron
todos. Se teoriza sobre lo universal pero se aplica el clasismo. El
gobierno del presidente Macri dice gobernar para todos pero libera
precios y condiciona salarios.
En su esencia es
la lucha de clases por el control del poder político. De ahí las
ambivalencias de la política en la Argentina, que no son originales
en tanto existen en otras naciones. Pero las que alcanzaron su nivel
de desarrollo, sus experiencias les enseñó el valor de la
prevalencia nacional respecto de los intereses parciales, de clase.
No anulan las clases sociales: las condicionan a los intereses
básicos de la Nación.
Conocemos las
turbulencias evidenciadas por EE.UU. en el siglo XIX, como la
hiperinflación alemana después de la Primera Guerra Mundial, las
crisis financieras en países asiáticos y los padecimientos
sucesivos en la Argentina con sus conmociones políticas y
endeudamientos. Pero aquellos países se diferencian del nuestro es
que sus inestabilidades resultaron transitorios, porque todos, sin
excepción, sostuvieron políticas para proteger sus mercados
internos, dando prevalencia al capital nacional. No abrieron sus
fronteras con el argumento de que los bienes comprados afuera
compitieran con los de adentro, siendo que entran avalados por sus
tecnologías más avanzadas, imposible de competir. Es un pretexto
que encierra una concepción interesada y falsamente competitiva,
porque la competencia se plantea entre niveles similares. También,
por la errónea interpretación de la teoría liberal: todos los
Estados capitalistas desarrollados se enrolan en el liberalismo, pero
su premisa es cobijar sus producciones.
La globalización
–que está siendo revisada en estos días- se ha evidenciado pero
las naciones que la promovieron, porque las ha beneficiado, no
dejaron de lado sus economías. EE.UU. es el ejemplo básico y le
sigue Alemania, que se recuperó con el Plan Marshall después de la
última guerra y su proteccionismo impulsó su desarrollo. Gran
Bretaña fue ortodoxa proteccionista en su extenso proceso de la
Revolución Industrial: importó e importa bienes que no elabora o
fabrica, pero trató de reducirlos a partir de invadir y colonizar
amplias zonas de Occidente y Oriente. Lo hizo largamente con la India
y lo intentó con la futura Argentina y no pudo, pero después
influyó por décadas en la economía local.
Contra lo que se
pueda suponer, la corrupción actuó en las naciones desarrolladas,
pero no les impidió alcanzar ese nivel. Sus estrategias de
desarrollo no se alteraron porque contuvieron y contienen la
prevalencia del interés nacional y no el particular como es obvio en
países como la Argentina: las alianzas entre sectores capitalistas,
con fuerte presencia exportadora, buscan controlar la política
económica argentina desde hace décadas, lo cual ha generado
reacciones opuestas aunque alternadas.
En ese marco
ingresa la corrupción, mezcla de intereses parciales con negociados
pertinentes. La interpretación común es que la corrupción perturba
el crecimiento y por lo mismo el desarrollo. No es así: si el PIB
alcanza los 550.000 mil millones de dólares, de los que se “roban”
20.000 mil millones, la Argentina no se debilita y menos aún se
funde. Sus caídas alternativas desde hace más de 80 años son
generadas por políticas contradictorias expresiones de posturas
opuestas sobre cómo debe desarrollarse el país. Los negociados
existen pero no son determinantes. En las naciones líderes hay
corrupción y cohecho, pero lideran los procesos tecnológicos y
promueven como premisa sus mercados internos, que absorben naciones
asiáticas que fueron sus colonias. La Argentina tiene organismos
técnicos como el INTA y el INTI, creados por sugerencia de Raúl
Prebisch, pero sus funciones están acotadas por intereses
particulares, de clara influencia sobre las políticas económicas.
La democracia es
la premisa mayor con tendencia a consolidarse en la Argentina. A
nivel mundial la globalización tiende a debilitarse, por surgencia
del proteccionismo que retoman las naciones desarrolladas por la
crisis propias generadas.
En la línea de
pensamiento de Aldo Ferrer, se plantea la “densidad nacional”,
consistente en la fortaleza institucional y el pensamiento crítico.
Esta línea se registra claramente en las naciones asiáticas que
surgieron de la colonización y hoy lideran producciones e incorporan
aceleradamente sus poblaciones a mejores condiciones de vida.
Febrero 2017
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