miércoles, 15 de febrero de 2017

NO HAY DESARROLLO SIN ORIENTACIÓN DEL ESTADO

Por el columnista Jorge Canono Elorza
Periodista, especializado en econommia
La historia del capitalismo demuestra que las naciones desarrolladas conjugaron sus progresos con la orientación general de sus Estados Nacionales, operando con su capacidad de arbitrajes, respecto a las pujas entre capital y trabajo. Es la función esencial de los Estados.
Preservar la estabilidad de precios en el largo plazo, es el principio básico para el desarrollo. En la Argentina no se alcanza esa necesidad porque la brega precios salarios y la inestabilidad que generan no han sido ni son transitorios: son permanentes y obturan. Con un componente sobresaliente: El Estado no es independiente de esa lucha precios-salarios. Toma parte sectorialmente, por lo mismo no arbitra. Es clasista. El partido político que llega al gobierno se posesiona del Estado y lo convierte en partidario. Viola la condición constitucional y por lo mismo jurídica del Estado. Lo hicieron todos. Se teoriza sobre lo universal pero se aplica el clasismo. El gobierno del presidente Macri dice gobernar para todos pero libera precios y condiciona salarios.
En su esencia es la lucha de clases por el control del poder político. De ahí las ambivalencias de la política en la Argentina, que no son originales en tanto existen en otras naciones. Pero las que alcanzaron su nivel de desarrollo, sus experiencias les enseñó el valor de la prevalencia nacional respecto de los intereses parciales, de clase. No anulan las clases sociales: las condicionan a los intereses básicos de la Nación.
Conocemos las turbulencias evidenciadas por EE.UU. en el siglo XIX, como la hiperinflación alemana después de la Primera Guerra Mundial, las crisis financieras en países asiáticos y los padecimientos sucesivos en la Argentina con sus conmociones políticas y endeudamientos. Pero aquellos países se diferencian del nuestro es que sus inestabilidades resultaron transitorios, porque todos, sin excepción, sostuvieron políticas para proteger sus mercados internos, dando prevalencia al capital nacional. No abrieron sus fronteras con el argumento de que los bienes comprados afuera compitieran con los de adentro, siendo que entran avalados por sus tecnologías más avanzadas, imposible de competir. Es un pretexto que encierra una concepción interesada y falsamente competitiva, porque la competencia se plantea entre niveles similares. También, por la errónea interpretación de la teoría liberal: todos los Estados capitalistas desarrollados se enrolan en el liberalismo, pero su premisa es cobijar sus producciones.
La globalización –que está siendo revisada en estos días- se ha evidenciado pero las naciones que la promovieron, porque las ha beneficiado, no dejaron de lado sus economías. EE.UU. es el ejemplo básico y le sigue Alemania, que se recuperó con el Plan Marshall después de la última guerra y su proteccionismo impulsó su desarrollo. Gran Bretaña fue ortodoxa proteccionista en su extenso proceso de la Revolución Industrial: importó e importa bienes que no elabora o fabrica, pero trató de reducirlos a partir de invadir y colonizar amplias zonas de Occidente y Oriente. Lo hizo largamente con la India y lo intentó con la futura Argentina y no pudo, pero después influyó por décadas en la economía local.
Contra lo que se pueda suponer, la corrupción actuó en las naciones desarrolladas, pero no les impidió alcanzar ese nivel. Sus estrategias de desarrollo no se alteraron porque contuvieron y contienen la prevalencia del interés nacional y no el particular como es obvio en países como la Argentina: las alianzas entre sectores capitalistas, con fuerte presencia exportadora, buscan controlar la política económica argentina desde hace décadas, lo cual ha generado reacciones opuestas aunque alternadas.
En ese marco ingresa la corrupción, mezcla de intereses parciales con negociados pertinentes. La interpretación común es que la corrupción perturba el crecimiento y por lo mismo el desarrollo. No es así: si el PIB alcanza los 550.000 mil millones de dólares, de los que se “roban” 20.000 mil millones, la Argentina no se debilita y menos aún se funde. Sus caídas alternativas desde hace más de 80 años son generadas por políticas contradictorias expresiones de posturas opuestas sobre cómo debe desarrollarse el país. Los negociados existen pero no son determinantes. En las naciones líderes hay corrupción y cohecho, pero lideran los procesos tecnológicos y promueven como premisa sus mercados internos, que absorben naciones asiáticas que fueron sus colonias. La Argentina tiene organismos técnicos como el INTA y el INTI, creados por sugerencia de Raúl Prebisch, pero sus funciones están acotadas por intereses particulares, de clara influencia sobre las políticas económicas.
La democracia es la premisa mayor con tendencia a consolidarse en la Argentina. A nivel mundial la globalización tiende a debilitarse, por surgencia del proteccionismo que retoman las naciones desarrolladas por la crisis propias generadas.
En la línea de pensamiento de Aldo Ferrer, se plantea la “densidad nacional”, consistente en la fortaleza institucional y el pensamiento crítico. Esta línea se registra claramente en las naciones asiáticas que surgieron de la colonización y hoy lideran producciones e incorporan aceleradamente sus poblaciones a mejores condiciones de vida.


Febrero 2017
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